verter oxígeno en la memoria
Verter oxígeno en la memoria
oxidando, así, su alimento.
Lapidar, entonces, el recuerdo
ansiando una nueva indigestión.
¡Rumiante devorador del tiempo,
sólo la inanición saciará tu apetito!
Emprendí, entonces, una búsqueda frustrada;
eclipsada por las mismas y diferentes presencias:
súcubos por naturaleza,
cercenaremos nuestras alas sin miramientos.
¡Ruin maquillador de Muerte,
inicia ya tu esperado paso!
Batiré mis alas sin descanso,
estampando mi vuelo nuevamente
contra el primer Alba que ilumine, y
opaquice, así, la salida del bucle.
Ni rumbo ni camino. Sólo debo zambullirme;
zambullirme, en este eterno vuelo carroñero.
Sé que estas cosas se diluyen como el mismo agua del rocío, que apenas dura horas su presencia; así que, ahora que has prestao atención y yo me siento animao a escribir, ¡no voy a desaprovechar la ocasión!
Y desde esa atención y esa fluidez de la memoria, partimos:
¿Qué hay en mi memoria, sino recuerdo oxigenado? Alimento un bulímico proceso en el que se perpetúa el recuerdo, que oxidado, no puede hacer más que servir de objeto del museo: del museo del anhelo y de las eternas disyuntivas.
Y sí, se lapida el recuerdo; se convierte en una fría losa que acompaña cada envidiosa visión ajena; y que envenena aún más esa oxidada espina cada 28 días.
¡Pero qué sabrosa es esta indigestión! Su salado sabor recuerda el escozor del paso del tiempo; que no puede congelarse eternamente. Y así vuelve a despertar las ganas de ese extraño algo, esas ganas de querer no sé qué…
Y así devoro el tiempo, rumiando, sin tragar de una vez, sin alimento. Se busca ese preciado sabor, ese bocado que retroalimenta las fauces engañándose por el baño de sangre producido. Y así el carnívoro pasa a ser el neurótico y economista rumiante…guía que organice y determine la unidad de un espíritu nacional, el “sentido de un pueblo”. No debemos nada ya a los grandes ídolos. Quien cree en Dios es porque aún se tiene miedo a sí mismo; y del dios al führer, en este sentido, no se da más que un líquido y escurridizo pestañeo.
En la felicidad y la jovialidad el hombre puede re-conocerse. Nunca en la disputa de identidades impropias a la que conduce el reconocimiento (y siento la redundancia) racial o nacional. Sólo destruyendo el cosmos y pariendo al caos que alimenta nuestros latidos encontraremos al hombre en su más auténtica integridad: como ser sensible y sintiente, consciente de la tragedia de un destino inexistente que se desvela en la creación de un nuevo camino: su camino, creado como dios, como artista que él es.
El sí oculto en vosotros es más fuerte que todos los no o acasos de que padecéis con vuestro tiempo.
Sólo en un eterno sí puede el hombre ser poeta de sí mismo, creador de una palabra que no se momifica en la Verdad, sino que emana y regala vida con cada metáfora, con cada verdad.